miércoles, 4 de enero de 2012

La vida se vive en sus dimensione...


La vida se vive en sus dimensiones: Humana y contradictorias
Autor: José Manuel Perozo Piña
2011- 01. Venezuela.

La vida se vive en sus dimensiones, llena de incertidumbre; pero con la convicción que más allá de nuestras virtudes o defectos, hay un mundo de seres contradictorios, complejos y hermosos que nos juzgan y aprueban en la dimensión con la cual valoran nuestros ideales y comportamientos.

Cada ser humano es complejo, dinámico y contradictorio, Somos únicos e inigualables hijos de Dios, para llenar de amor y esperanza cada segundo de vida que se vive intensamente.

Cada día se renace a la vida, con la esperanza de vivir a la manera que la deseas, en la bendición de Dios.

Vivir es un aprender y desaprender actitudes para fortalecer nuestras aptitudes ante las contradicciones que nos presentan las relaciones sociales, y aun, nuestra propia relación con las personas que con las cuales nos relacionamos diariamente. Nuestros seres queridos, compañeros de trabajo, vecinos amigos fraternos o simplemente conocidos o que por un momento por algún evento entran en relación social con nosotros. Desde las primeras hasta las ultimas el nivel valorativo con el cual nos relacionamos debe hacernos comprender que cada persona tiene su valor en si misma y debe ser tratada en su justa dimensión humana.

Los afectos y emociones nos indican el nivel valorativo que se le asigna a cada ser que entra en relación con nuestra unidad espiritual y material. Pero así mismo, debemos ser abierto al cumulo de pareceres contradictorios aun entre padres e hijos o entre la pareja o que no decir de compañeros de trabajo ante una decisión laboral. Son indiscutiblemente seres humanos que entran en contradicción aun cuando están de acuerdo acerca de un parecer u opinión.

He allí la clave del logro en cuanto el mantener relaciones humanas armoniosas. Lo primero es reconocer que somos seres contradictorios y usamos nuestra carga valorativa para asignar afectos sobre las demás personas, sin distingo de parentesco o relaciones

En segundo lugar hay que dar cabida al silencio meditativo, que permite comprender nuestros propios razonamientos y el significado que le asignamos a la vida. Es prudente detenernos en este segundo aspecto, en cuanto que, en ocasiones las palabras atropellan a las ideas y la razón se convierte en un sinfín de expresiones que más que acercar pareceres y corregir acciones, nos llevan a rebuscar en la mente, aquellas expresiones que golpean con fuerza la estima de las personas, y allí no hay parentesco que valga.

El sosiego interno que brinda el silencio meditativo, es más eficiente que una palabra expresada en contexto inadecuado.

En tercer lugar es necesario hacer humano el contacto entre humanos; nos hacemos daño constantemente; ante el fracaso somos duros, ante el error cometido somos implacables ante una debilidad somos reiterativos. Esto cuenta tanto para quien la valora como para el que sufre, hierra o fracasa; o porque no introducir el éxito, cuantos han construido el éxito a base de esfuerzo honesto y son sometidos a la envidia más férrea. Es necesario reconocer que erramos, pero somos capaces de obtener logros significativos, los cuales sumados a valores como perdón, humildad, compartir, reconocer, honor, solidaridad, amor, comprensión, voluntad, entre otros valore, podremos tener coraje de cambiar para bien de si mismo y de nuestros semejantes.

En cuarto lugar, la prudencia es buena consejera para garantizar relaciones humanas entre humanos. Expresamos opiniones hirientes sin medir consecuencias o demostramos sufrimiento o nos vanagloriamos del éxito o sentimos lastima del fracaso de manera reiterada. No somos capaces de dosificar el silencio meditativo para puntualizar opiniones o reforzar la conducta prudente que permita que aprender de nuestras emociones.

Hacemos de la vida dada en gracia de Dios, un cumulo de momentos desagradables, desaprovechando cada instante para volcar nuestras emociones a comprendernos mejor como seres humanos, a valorar nuestras acciones por muy pequeñas que sean y aceptar y juzgar a nuestros semejante con la cordura que la prudencia le asigna al razonamiento.

Basta una diferencia de criterios u opinión, una conducta desaprobada para arrasar a quien la emite o produce. Esta opinión vale para cualquier escenario. En ocasiones no cuentan razones, se emite un juicio y las acciones son duras y constantes. Como una pertinaz lluvia. En las relaciones laborales, o políticas o de gobernante y gobernado, entre padres e hijos, entre hermanos o en la pareja o simplemente aquel que no se ajusta a nuestros valores. Pero aquí es prudente recordar las lecturas a Charles Peirce en cuanto lo simbólico de los iconos que gobiernan nuestra existencia. En ocasiones no son “nuestras las palabras” las que expresamos, sino que responden a una falsa conciencia, que tiene su fuente en los imaginarios que pueblan nuestra mente de criterios, pareceres, conductas impuestas socialmente para valorar las relaciones sociales.

Somos un sin fin de pareceres y emociones contradictorias internas, espirituales, que nos permiten enriquecer nuestra existencia; solo tenemos que escuchar en silencio cuando ellas nos aleccionan.

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